miércoles, 12 de agosto de 2015

Las granadas

Hace unos años solía entender a las personas: por qué sentían esto, por qué actuaban de tal manera, qué secreto guardaban sin que nadie se percatara de ello. Pero ahora no. Intentar comprender a alguien es el equivalente a intentar desactivar una bomba: si lo consigues, ese heroísmo se evaporará con el tiempo; si no, las secuelas emocionales por haberlo intentado no te dejaran indiferente, sino que tú mismo serás otro explosivo en las manos equivocadas.

Aquí nadie se libra de culpa, sin embargo. Me había acostumbrado al pensamiento, a la falsa idea de que "A las personas buenas les ocurren cosas buenas", y puede que sea así, pero solo cuando nos conviene. Ya no se lleva el preocuparse por los demás antes que por nosotros mismos, ni tampoco regalar sonrisas cuando alguien nos cede la vez o unas palabras de agradecimiento cuando nos sujetan la puerta para poder salir. Solo recibimos un emoticono en WhatsApp, un FAV en Twitter y un "Aparta, que tengo prisa" en el mundo real.

Y qué mundo tan real. Menudo mundo se nos presenta, lleno de prisas, de gritos y horror, porque la triste realidad es que matamos esos atisbos de locura y gentilidad a la mínima oportunidad. Se premia la homogeneidad en un mundo necesitado de creatividad y por eso nadie quiere inventar nuevas vías para desactivar una bomba. Es normal: ya nadie quiere saltar por los aires.
Mi foto
Adicta al café, al té y al chocolate. Tengo la filosofía de que mientras unas personas dejan huella, otras tan solo pueden dejar cicatrices. Fotografío a ratos, escribo a menudo, pienso demasiado. Estudio para ver si las palabras y las imágenes pueden ya no cambiar, pero sí hacerle pensar al mundo.

Pensamientos prohibidos